Obviamente la educación tiene un papel fundamental en el desarrollo del Propósito del Alma, en el proceso de la expansión de la consciencia humana.
Al proyectar nuestras miserias sobre los jóvenes que educamos, hacemos que se desvíen de su camino natural. Entonces, tenemos que curar nuestras miserias y nuestros traumas para poder educar a los chicos de manera adecuada.
Precisamos dejar de proyectar nuestras frustraciones y expectativas en nuestros chicos porque esa es la raíz del problema.
Creer que su felicidad depende de circunstancias externas, de otra persona o de algo material, los hace creer que la felicidad puede ser comprada. La enseñanza actual está centrada en eso, en enseñarles a los chicos que ganar dinero y tener poder es sinónimo de felicidad y no hay nada más falso que eso.
Y así estamos, llegando al punto de no retorno, alcanzando un nivel de contaminación ambiental irreversible para nuestro planeta, alcanzando índices de mortalidad elevados en mano de enfermedades isquémicas del corazón, infartos, enfermedades pulmonares, infección de las vías respiratorias, Alzheimer, bronquios, cánceres, diabetes.
Los Formadores, como docentes, somos responsables de transferir el conocimiento académico que nos ha sido encomendado dependiendo nuestra especialidad, pero también como Formadores somos responsables de transferir ese conocimiento empírico, esa sabiduría que ha capitalizado al realizar la expansión de nuestra consciencia humana.
Los Formadores tenemos la posibilidad, además, de cambiar el mundo, pero antes tenemos que cambiar nosotros mismos y les voy a decir cómo: convirtiéndonos en Mentores.
Mentor es quien tiene un conocimiento empírico y está dispuesto a darlo. Y esto se logra trabajando sobre tres puntos.
Primero, necesitamos aprender a Capitalizar sabiduría a partir de las cosas que vivimos. Sean experiencias buenas o malas, todas ellas deberían dejarnos un aprendizaje. Y cuanto más auto-críticos seamos, mayores y mejores serán nuestros acopios de conocimientos empíricos a ofrecer al momento que nuestros alumnos lo requieran.
Segundo, entender el concepto de dar como una acción enriquecedora tanto para el que entrega como para el que recibe. Y no hablo de lo material, sino de la sabiduría, de la experiencia, de ese conocimiento empírico que nos fue donado por la vida misma. Tenemos que entender que la entrega para el desarrollo profesional, personal y espiritual de las personas es una forma de trascender. En la entrega proyectamos sobre otros, proyectamos sobre alumno y discípulo que pueden llevar nuestra filosofía, nuestros principios y valores más allá de nuestro tiempo de vida.
Y tercero, superar todas las miserias que fueron generadas en nuestra infancia para evitar transferir nuestras expectativas de vida sobre nuestros hijos, alumnos y discípulos. Debemos ser sumamente respetuosos y evitar la búsqueda de la realización personal a través del otro. Cada quien tiene su vida para alcanzar su propósito.
Estos puntos hablan de nuestro crecimiento espiritual, de ese crecimiento del que muy poco se habla, ese que se encuentra opacado por el crecimiento económico y el crecimiento profesional la mayoría de las veces.