Un Mentor enfocado en crecer como Mentor, mejorar en cantidad y calidad el aprendizaje que le deja la vida, lo lleva a un lugar de reflexión, aceptación y un crecimiento natural a partir de su autoconocimiento.
Me animo a decir que todo Mentor debería ser un Coach, ya que conocer los valores, la identidad, el propósito de cada formador es la base de una entrega sincera.
Un Mentor debería haber superado la barrera del egocentrismo, no debería estar a la espera de la admiración y el aplauso de su alumno. Todo gesto de validación que el alumno realice será bienvenido, pero si no sucede, no debería generar una frustración, porque de ser así la entrega no sería sincera.
Un Mentor, al igual que un Coach, no debería influir en el desarrollo humano de las personas con sus Creencias Limitantes y frustraciones ya que no sólo el contexto es distinto, sino que la propia persona tiene un ADN completamente diferente al nuestro.
Muchas veces escuchamos decir: “Si yo lo hice sin tener nada; cómo no lo vas a poder hacer tú, que tienes muchos más recursos”. Un gran error de proyección del maestro sobre el alumno. El logro no depende únicamente de los recursos externos, sino que juegan un papel muy importante la Pasión, la Impronta, la Inspiración, El Propósito del EGO y con ello la historia del alumno que habrá sido fue muy diferente a la historia del maestro. El desarrollo espiritual del Mentor marca la solidez del profesional en su carácter y rol de formador.