Es usual que como seres humanos busquemos reconocimiento, esto está en nuestro inconsciente, en mayor o menor medida queremos ser queridos, aceptados, reconocidos. Pero no está tan bien cuando se busca en forma directa, ya que cuando es así éste llega pero sin sustento y así como viene, se va. Tal como una construcción sin bases o una opinión sin fundamentos, por su fragilidad no perdura en el tiempo.
El reconocimiento debe ser la consecuencia de una causa y la causa debe ser nuestro verdadero faro, nuestra verdadera guía. Sí, nuestro propósito.
Cuando tenemos el falso sentimiento de necesitar algo externo, sentimos un vacío. Un vacío generado por creencias de nuestro ego que no permite ver la verdadera realidad: nuestro ser es completo, no es carente de nada.
Es por eso que nos transformamos en mendigos, para recibir una migaja de atención y reconocimiento, vendemos el alma. Simulamos ser algo que no somos, nos creamos un personaje para agradarle a los otros y así sentirnos observados, reconocidos, validados. Trabajamos para satisfacer el propósito de nuestro ego y de esa forma resultamos egoístas con nuestras almas.
De esa manera, dejamos de ser quien realmente somos para pasar a ser aquellos que llaman la atención de otros y eso no es felicidad, eso es dependencia.
La riqueza sin alma en algún momento caerá porque todo lo que es construido con base en la mentira se destruye de manera inevitable. Todo lo que construimos tiene que tener bases sólidas en el mundo interior. Como un castillo de arena, éste no permanece en pie cuando la marea sube. Para que permanezca en pie debe tener una base sólida y resistente, una base verdadera.
Para eso hay que remover los mecanismos de defensa que están al servicio de la mentira y esa mentira es que estamos carentes de amor. La remoción de esos mecanismos es posible a través del autoconocimiento.
La búsqueda de amor allí afuera, como si se tratara de algo que tenemos que encontrar, alcanzar y no llega. Claro que no llega desde afuera, porque estamos hechos de amor, el amor está aquí y no allí. Allí afuera no hay nada. Sería como sentarse en la puerta de la casa a esperar que uno mismo llegara. Uno mismo nunca va a llegar desde la calle. Entonces, esa sensación de vacío comienza a trabajar sobre nosotros, sobre esa ilusión que devendrá en frustraciones, ansiedad, incomodidad, adicciones, y demás conductas que nos alejan de nuestro propósito.
No estoy diciendo que generar riqueza material esté mal, lo que digo que está mal es que se haga sin un propósito individual alineado con un propósito supremo.